Hubo un tiempo, muy remoto, en el que los ríos se negaban a desembocar en el mar. Esto ocasionaba grandes problemas en todos los océanos, que se desecaban irremisiblemente. ¿Por qué ocurría esto? Pues muy sencillo. Porque los ríos estaban convencidos de que tan pronto desembocasen en el mar, desaparecerían. Por eso, cuando estaban a unos pasos tan solo de la costa, temblaban, titubeaban y…se daban la vuelta.
¿Cómo se arregló este gran trastorno? Parece ser que algún sabio desconocido consiguió explicar a los ríos un punto de vista diferente. “Al desembocar, no se perderán en el océano”, les dijo el sabio a los ríos, “sino que se convertirán en océano”.
Vistas así las cosas, los ríos cambiaron de actitud. Y decidieron llegar tranquilamente hasta los océanos y vacíar allí sus aguas. Ningún problema desde entonces.
La moraleja, es más clara que el agua de los mares o ríos.