Heracles o Hércules era hijo de Zeus, rey de los dioses y de Alcmena. Tenía porte extraordinario, el cuello grueso, la cabeza pequeña y los cabellos cortos y crespos. Como Sansón entre los hebreos, había sido dotado del don de la fuerza, para gloria de los dioses y admiración de los hombres.
Durante todo el día de su nacimiento, resonaron los truenos en Tebas, su patria. Alcmena tuvo gemelos, cuando se hallaban en la cuna, dos serpientes cayeron sobre los niños: el otro hermano se llenó de miedo; pero Hércules las despedazó con sólo sus pequeños brazos. Ésta fue su primer hazaña.
Se cuenta que alguna vez fue amamantado por la diosa Hera y que el niño mordió con tanta fuerza el seno, que la leche se derramó por el cielo, formando la Vía Láctea o Camino de Santiago...
La educación de Hércules fue completa: aprendió la lucha, la carrera de carros, el manejo del arco, la música, la gimnasia, la astronomía, y sólo al tocar la lira tuvo un fracaso, porque desafinaba feamente... Al reprenderlo el maestro por la falta de delicadeza de su oído, Hércules le aventó el instrumento, matándolo de un golpe.
Era muy comilón, y una vez que viajaba, se acercó a un campesino, a pedirle parte de su comida. Le fue negada; entonces Hércules desunció uno de los bueyes de la yunta con que araba el labriego, y lo devoró entero.
Era también gran bebedor, y cargaba un cubilete, con cuyo peso apenas podían dos hombres, pero que él levantaba hacia su boca con una sola mano...
Al entrar en la juventud, Hércules se fue a un lugar solitario a meditar en cómo decidiría de su vida. El Valor y la Pereza fueron a buscarlo en la soledad, invitándole cada uno a que les dedicase su juventud. Eligió al primero, a pesar de los placeres con que le incitaba la otra.
La diosa Juno no lo amaba, y aconsejó a Euristeo que le encomendase la empresas más duras, a fin de quebrar sus fuerzas. Ellas han sido llamadas "Los 12 Trabajos de Hércules". Fueron todos difíciles y hasta maravillosos; los más dignos de alabanzas son estos:
Trabajos de Hércules
Un león devastaba los bosque de Nemea, en el sur de la Grecia. La bestia vivía en una caverna con dos entradas y su prodigio era que no podía ser herido.
El gigante cubrió una de las salidas, e internándose por la otra, llegó hasta el animal y lo ahogó entre sus brazos.
En una ciénega de Lema, vivía la Hidra, monstruo de innumerables cabezas, que parecía un árbol viviente. Era el terror de la región porque devoraba a los animales y a los hombres, y si éstos al defenderse le arrancaban una de las cabezas, ella le retoñaba al punto. De este modo no había manera de aniquilarla.
Llegó Hércules hasta ella y le disparó flechas quemantes; se enroscó la Hidra a sus piernas, paralizándolo para el combate. Hércules fue entonces cortándole las infinitas cabezas, y a cada herida aplicaba un cauterio ardiendo. Así le dio muerte. Con la ponzoña del monstruo, hizo mortales desde entonces la puntas de sus flechas.
En la Arcadia vivían las aves Stinfalidas, que tenían plumas de acero, y cuando eran atacadas, se defendían disparándolas como flechas. Hércules lanzó las suyas emponzoñadas, e hirio de muerte a las aves funestas.
La diosa Diana había dado muerte a cuatro ciervas espléndidas que hacían maravillosos los bosques por donde cruzaban, pues sus cuernos eran de oro. Pero quedaba una, desesperación de los cazadores. Hércules al verla vadear un río, enderezó su arco hacia ella y le dio muerte. Diana le encontró cuando la cargaba a sus espaldas, y le reconvino, un poco celosa de semejante hazaña.
El rey Augias tenía rebaños tan inmensos, que sus establos inficionaban el aire de la región con el estiércol amontonado durante muchos años.
Euristeo señaló al gigante el inmenso trabajo de limpiarlos. Hércules, no queriendo trabajar sumergido en la inmundicia, desvió el curso de un río, haciéndolo pasar por los establos, que en unos días quedaron purificados.
El rey Diomedes tenía fama de que hacía desaparecer a cuantos extranjeros le pedían hospedaje. Esto era porque poseía cuatro caballos prodigiosos, que tenían las crines de bronce y sólo se alimentaban con carne humana. Diomedes, para conservarlos, hacía el sacrificio de sus huéspedes.
Hércules descubrió la iniquidad del rey, y dio muerte a él y a los cuatro corceles broncíneos.
Euristeo buscaba a Hércules todavía una empresa imposible, y así, le exigió que fuese a robar las manzanas de oro del Jardín de las Hespérides, guardadas por terrible dragón.
Según dicen algunos, Hércules hizo que verificase el robo el gigante Atlas, que sostenía el peso del mundo sobre sus espaldas, y mientras tanto, soportó él a la Tierra. Según otros, fue Hércules mismo quien despedazó al dragón que custodiaba el Jardín, cogiendo tranquilamente las frutas milagrosas, que resplandecían como una constelación sobre su pecho, cuando iba huyendo...
El duodécimo trabajo dado por Euristeo fue arrancar a Cerbero de la entrada de los infiernos. El horrible Can tenía el cuello erizado de serpientes; como la Hidra, poseía muchas cabezas, y con cada una de las fauces abiertas ladraba a los condenados que querían escaparse, y si conseguía morderles, entraban sus dientes agudos hasta el tuétano de los huesos, causando espantoso dolor. El cuerpo del Can era tan venenoso, que de haber babeado las hierbas de la Tesalia, las volvió tóxicas y sólo sirvieron desde entonces para los maleficios de las hechiceras.
Le venció Hércules.
Uno a uno fue Hércules cumpliendo los trabajos que le imponía el perverso Euristeo, aconsejado de Juno; a cada nuevo encargo, pensaba éste que el gigante sería devorado por los monstruos; pero salía vivo, y hasta más fuerte y hermoso de cada hazaña, porque el valor rejuvenecía sus músculos y abrillantaba sus ojos.
Hizo, además de éstas, otras proezas: acabó con los Centauros, dio alivio a Prometeo, desprendiendo de su costado sangriento el buitre que lo devoraba, y hasta pudo herir a Hades (Plutón) en la misma morada de los muertos, a la que alcanzó a llegar.
Un día enderezó su arco contra el Sol, que enardecía salvajemente su espalda, y el astro, asombrado de su temeridad, le regaló una copa de oro.
Por su fama de triunfador de bestias y de hombres, ya no tenía en los juegos olímpicos quien quisiera disputarle el premio, y el propio Zeus, su padre, descendió a pelear con el gigante. Lucharon largamente; el combate no se decidía, puesto que Hércules estaba en frente ni más ni menos que del Rey de los Dioses.
Entonces, conmovido Zeus, reveló su nombre, entre el estupor y la alegría de todo el pueblo.
La Muerte
Aunque la vida de Hércules había sido magnífica, recibió tremenda muerte.
Una de sus esposas, Deyanira, loca de celos porque Hércules amaba a otra, se unió al centauro Neso, que también le odiaba, y mandó a su esposa una túnica teñida con la sangre del centauro. Ella creía que este vestido mágico sólo dejaría al gigante más tranquilo y fiel a ella; pero en cuanto Hércules la puso sobre su cuerpo, el lienzo se apegó, confundiéndose con la carne y penetrándola del veneno de que estaba impregnado. Hércules, exasperado de dolor, se echó sobre una hoguera, para darse muerte rápida.
Subió al Olimpo, donde los inmortales, que le habían visto realizar trabajos casi divinos, le dieron sitio entre los semidioses.