La Aguja y el Hilo

9/5/14
Erase una vez una aguja, que le hablaba a una bobina de hilo de esta manera:

-¿Por que tiene usted que estar siempre ese aire de suficiencia, tan engolada, fingiendo como que vale algo en este mundo?


-Déjeme, señora.

-¿Que le deje? ¿Qué le deje…por qué? ¿Porque le digo que tiene un aire insoportable?. Pues le repito que es así. Y le diré todo lo que me venga a la cabeza.

-¿Pero qué cabeza, señora? Usted no es un alfiler, es una aguja. Las agujas no tienen cabeza. ¿Qué le importa el aire que yo tenga? Cada cual tiene el aire que Dios le dió. Ocúpese de su vida y deje la de los otros.

-Pues hay que ver lo orgullosa que es usted…

-Ciertamente lo soy.

-Y eso ¿por qué?

-¿Por qué? ¡Esta sí que es buena! Porque coso. A ver, los trajes y vestidos de nuestra ama…¿quién los cose sino yo?

-¿Usted? Pues esta es mejor todavía. ¿Usted es la que cose? ¿Usted ignora que quien cose soy yo y nadie más que yo?

-Usted solo agujerea la tela, nada más. Soy yo la que coso. Uno un trozo de paño con otro. Doy forma a los bordados…

-Sí, sí. Pero ¿qué valor tiene eso? Soy yo quien voy abriendo los agujeros en el paño, soy yo el que avanza, empujando para usted, que viene detrás de mí, obedeciendo a lo que yo hago y mando…

-También los gastadores van por delante del Emperador…

-¿Usted es el Emperador?

-No digo eso. Pero es muy verdad que usted hace un papel subalterno, yendo por delante; tan solo va mostrando el camino, va haciendo un trabajo oscuro e ínfimo. Soy yo la que junto, la que uno, la que coso…

Estaban en esto cuando vino la costurera a casa de la baronesa. No se si he dicho que esto pasaba en casa de una baronesa, que tenía a la modista siempre cerca, para no tener que ir a buscarla. Llegó la costurera, cogió el paño, cogió la aguja, cogió el hilo, enhebró el hilo en la aguja y comenzó a coser. Las dos, aguja e hilo iban muy orgullosas, avanzando por el paño, que era la mejor de las sedas, entre los dedos de la costurera, ágiles como los galgos de Diana, digamos esto para dar a esta historia cierto tono poético. Y decía la aguja:

-Entonces, señora hilo, ¿aún sostiene lo que decía hace poco? No percibe que a esta distinguida costurera solo le importo yo, y que soy yo quien va avanzando aquí, entre sus dedos, bien unida a ellos, abriendo camino por abajo y por arriba…?

La señora hilo no respondía; iba andando. El agujero que abría la aguja era inmediatamente ocupado por ella, silenciosa y activa, coo quien sabe lo que hace, y no está para oir sandeces..La aguja, viendo que no le daba respuesta, calló también, y siguió andando. Y era todo silencio en la sala de costura; no se oía más que el plic plic plic de la aguja en la tela. Cuando el sol cayó, la costurera detuvo la costura y la dejó para el día siguiente. Continuó así un día, y otro, hasta que en el cuarto día acabó su trabajo y se quedó esperando el baile.

Llegó la noche del baile y la baronesa se vistió. La costurera, que le ayudó a vestirse, llevaba la aguja clavada en el corpiño, para dar alguna última puntada. Y mientras arreglaba el vestido de la bella dama, acortando por aquí y alargando por allá, alisando, abotonando, haciendo algún dobladillo, la señora hilo, para burlarse de la aguja se dirigía a ella preguntando:

-Ahora, dígame…¿quién es la que va al baile, en el cuerpo de la baronesa, formando parte de su vestido y de su elegancia? ¿Quién es la que va a bailar con ministros y diplomáticos, mientras usted vuelve para el costurero, antes de ir a parar al cesto de las sirvientas? Vamos, hable de una vez.

Parece ser que la aguja no dijo nada. Pero un alfiler, de cabeza grande y no menor experiencia, murmuró a la pobre aguja:

-Anda, aprende, so tonta. Te cansaste abriendo camino para ella y es ella la que va a gozar de la vida, mientras tú te quedas ahí, en el costurero. Haz como yo, que no abro camino para nadie. Donde me clavan, me quedo.

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